


La conservación del medio ambiente tiene un papel determinante en el espacio público como movimiento social. El movimiento de preservación ambiental es un agente de cambio que revela que, aún en esta esfera de consciencia ecológica, abundan los constructos de género, la división sexual del trabajo, el acceso limitado al espacio público, la poca participación y representación en la toma de decisiones para las mujeres. Sin dejar de lado a las Instituciones gubernamentales y no gubernamentales, públicas o privadas, que mantienen una cultura androcéntrica, conservando en sus filas e incluso tolerando violencias machistas de sus integrantes.
El objetivo de obviar esta realidad que atenta contra la dignidad humana, es abonar y dar visibilidad al acoso, al hostigamiento y a la violencia de género e institucional que hemos experimentado algunas mujeres activistas en el territorio del ambientalismo, donde el tema por algo no ha sido considerado relevante, sin embargo, en los 17 objetivos de la Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible, la ONU enlista en el objetivo número 5, la igualdad de género, que busca empoderar a todas las mujeres y niñas, no obstante, la ONU reconoce que el mundo está lejos de alcanzar la igualdad de género para el 2030, ya que se estima que al ritmo actual, nos tardaríamos 140 años para que las mujeres estemos representadas en pie de igualdad en puestos de poder y liderazgo.
La participación de la mujer en los espacios públicos es crucial, teniendo en cuenta que las mujeres en México tuvieron acceso a la educación superior durante los años de 1940 y 1950, y según los anuarios estadísticos de la UNAM por la década de los 60, por cada cinco hombres estudiantes, una era mujer, lo que provoca un gran rezago que entrelazado a otros desafíos que enfrentamos las mujeres en el área laboral a partir de los estereotipos de géneros y que las Instituciones han apoyado al promover desigualdad.
Incluso el silencio es desigual para las mujeres.
La función de un movimiento social es sacar a la luz lo que el sistema calla, no obstante, el sistema elige callar para proteger sus intereses y como plan estratégico para perpetuar su poder, a diferencia de las mujeres quienes hemos callado por temor a las represalias, quienes hemos sido silenciadas por coerción institucional al hacernos firmar acuerdos de confidencialidad que van en contra de toda legalidad al buscar proteger a sus agresores de denuncias. Mientras que las mujeres guardamos silencio por miedo y distintas causas, las instituciones que son parte del sistema patriarcal callan para seguir ocultando lo que no les conviene revelar.
En una sociedad que prioriza el poder sobre la equidad es fácil para las Instituciones anteponer la corrupción moral. Al normalizar y ser indiferentes ante este tipo de acciones, reforzamos la descomposición ética del machismo y también nos vuelve vulnerables debilitando nuestras propias defensas y convirtiéndonos en futuras víctimas. La sororidad no puede existir sin luchar juntas contra quienes nos oprimen. Nuestra complicidad involuntaria allana el terreno donde crecen estas prácticas que son contrarias a los valores de justicia y respeto que se pregonan en los colectivos de desarrollo sostenible. Así bien como aliados, si están en la lucha por rescatar el medio ambiente no sean parte de las contradicciones e incongruencias de quienes son parte del problema que contamina en otras esferas a la sociedad.
La degradación ambiental va de la mano con la degradación social.
El ambiente es el conjunto de factores externos que rodean a un individuo y que influyen en su desarrollo y bienestar, este entorno ambiental abarca el contexto natural, los factores sociales, culturales, económicos y políticos. Por lo que se puede decir que, la violencia ambiental es un tipo de violencia de género que se define como el conjunto de actos intencionados por el agresor que producen daño en el entorno de la mujer con el fin de intimidarla e infundirle miedo. Según cálculos de la UNESCO las mujeres y las niñas tienen aún menos posibilidades de acceder a los recursos y servicios necesarios y son más vulnerables ante múltiples formas de violencia de género.
Las mujeres constituimos aproximadamente a la mitad de la población mundial, según datos de la UNESCO, no obstante, en temas de representación en los puestos de toma de decisiones a todos los niveles, incluido el ámbito ambiental, sólo 15 de los 133 líderes mundiales que participaron en la 28 ª Conferencia de las Partes de la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático eran mujeres, al igual que en años anteriores, y sólo el 1% del financiamiento a temas climáticos se destina a organizaciones lideradas por mujeres en todo el mundo, según la misma Organización. Esta disparidad de género es un llamado urgente a la acción.
Por lo tanto, el discurso de un actor ambientalista machista en pro del medio ambiente, donde no existe la igualdad de género, es un claro ejemplo de incongruencia y un disfraz más del patriarcado para dominar y controlar los espacios públicos, limitando el desarrollo de las mujeres y el impacto positivo de su participación en relación con el medio ambiente, anulando el reconocimiento y valor de la mujer en los espacios de aprendizaje, de investigación y activismo, limitando la representación de las mujeres en un tema tan relevante como los es la conservación.
La conservación debe ser inclusiva.
La conservación debe ser inclusiva, no solo con las comunidades locales y los pueblos indígenas, sino también, debe tener en cuenta a las mujeres y las niñas. ¡Somos luchadoras por naturaleza! Las mujeres no solo superamos las barreras ambientales, institucionales y de género, somos pioneras en la construcción de un futuro más justo y un mundo inclusivo para todos y todas, edificando una realidad donde todas las veces tienen cabida, en entornos dignos y libres de violencia.
Somos el resultado de la socialización, si la sociedad y sus movimientos no van orientados a espacios inclusivos y a cambios de paradigmas difícilmente vamos a conseguir igualdad de condiciones, perspectivas diversas y un abanico amplio para la mitigación ambiental. La creación de redes entre mujeres científicas y activistas también implica un gran avance para el fomento de lideresas. Según la UNESCO solo el 33% de las investigadoras son mujeres, a la vez que, estas cobran el 10% del salario masculino y ciertas vocaciones se relacionan con hombres, necesitamos nuevos modelos y figuras, promover vocaciones a niñas y adolescentes, el trabajo es multidimensional, donde se tiene que generar una realidad para que las niñas y jóvenes estén en completo contacto con las posibilidades de cualquier área de la ciencia, que les haga ampliar sus perspectivas, migrando así temas triviales para ampliar su visión, abrir caminos y generar un cambio sustancial.
No basta con salvar al planeta si no se rescatan también las estructuras sociales que perpetúan el machismo y la desigualdad de género. Este texto es una forma de hacerme justicia a mí y a otras compañeras de lucha. También es un llamado a todos los actores de la ciudad para conciliar y colaborar, sumando esfuerzos en esta loable causa que muchos opacan con los daños de la violencia machista. Reconocer la violencia en palabras y acciones es el primer paso para erradicarla. Si en los movimientos sociales ambientales sigue persistiendo el machismo, difícilmente sus proyectos de conservación serán exitosos y VERDADEROS.