


Ya habiéndose cimentado como tal, Studio Ghibli ofrece, un par de años después de su primera entrega, el segundo largometraje animado dirigido nuevamente por el grande Miyazaki, Castle in the Sky, la cual narra las aventuras de la Princesa Sheeta, la cual posee un artefacto que parece tener poderes peculiares y que pueden mostrar el camino hacia la mítica isla de Laputa, una aparente ciudad flotante resguardada por una elite de robots y, además, guardiana de un gran poder del cual algunos buscan apoderarse, pero con la ayuda de un huérfano llamado Pazu, Sheeta podrá encontrar el misterioso lugar flotante antes que sus perseguidores, liderados por Muska, quien al inicio de la película la tenía (aparentemente) cautiva, así como de un grupo de piratas que busca los tesoros que tanto el artefacto de Sheeta, como la ciudad puedan ocultar.
Basta con observar los primeros minutos de la cinta para comprender su gran diferencia, en comparación con Nausicaa, la cual es un poco más gris si nos metemos en territorios amenos, pues a falta de un humor evidente caracterizaron el tono oscuro y maduro de la primera. En Castle in the Sky, Miyazaki opta por una atmosfera mucho más colorida y menos abrupta en su crudeza, lo cual abre espacio a la interacción entre personajes que, de entrada, es disfrutable. Parte de este tono lo carga la sensación de aventura e intriga que la cinta maneja, de inicio a fin, pues en un inicio podemos apreciar un ataque por parte de un grupo de piratas, usando planeadores con diseños similares a lo que Miyazaki manejara en su anterior cinta, y que nos hacen sospechar de ciertas conexiones con su trabajo. Me resulta evidente que Miyazaki se estaba divirtiendo en grande con esta segunda entrega, especialmente al añadir una contraparte masculina en Pazu, ya que en Nausicaä, el protagonismo de la cinta dependía totalmente de esta, siendo una pequeña dentro de un mundo de peligros que abarcan una amalgama considerable de responsabilidad, siendo que esta se encontraba rodeada de figuras adultas. Aquí, Sheeta y Pazu constituyen una dupla bastante agradable, especialmente al ser un potencial romance sin concretar-pues ese jamás ha sido el estilo de Miyazaki-, pareciendo más una amistad de lleno íntima y completamente inocente.
Por parte de los antagónicos, tenemos al antes mencionado Muska, quien es interpretado en la versión americana por Mark Hamill en el doblaje, y quien sirva de antagonista principal a lo largo de la mayoría de la trama, así mismo, los piratas, liderados por Dola, a quien todos ven (de forma hilarante, inclusive tierna) como su madre, y quien probablemente sea el personaje que termine robando cámara en toda la película. Es interesante ver que, en esta ocasión, los “villanos” esta vez están cazando un mismo objetivo, el cual no le es del todo relevante a la protagonista, pero que a final de cuentas las circunstancias terminaran por forzar su intervención hacia el destino final de las mismas, cosa que, como bien nos acostumbrara el buen Miyazaki, desencadenara momentos climáticos e intensos que, obviamente, terminaran en momentos y escenas sublimemente animadas y de una intensidad únicas, eso sí, tal vez no al mismo nivel que manejara Nausicaä con su icónica escena con el Dios de la Guerra, pero de cierta forma Castle in the Sky se logra defender, especialmente debido a lo tranquila que transcurre la segunda parte de la película, poco antes de las revelaciones entre ciertos personajes que marcaran la conclusión de la película.
Debo decir que, si bien la historia de igual forma llega a manejar cierto grado de complejidad que Nausicaä, pero si nos limitamos a poner como referencia el cine animado, en general, sigue teniendo mucha fuerza y sustancia para digerir, siendo este uno de los aspectos que pueden caracterizar a casi todas las películas del estudio, el recurrir a verlas una y otra vez para encontrar elementos nuevos, o que simplemente pasaran desapercibidos. Sin embargo, y sin dejar de lado sus evidentes conexiones artísticas y conceptuales con, inclusive, futuras entregas, probablemente el elemento que sobresale en la película es el uso y diseño de escenarios, los cuales, además de impecables, pecan de hermosos y totalmente únicos. Es bien sabido que en una película animada se pueden crear mundos inigualables y únicos, pero el claro ejemplo de cómo hacerlo de la mejor forma va para los mundos que Miyazaki ha creado, y Castle in the Sky, al menos, puede jactarse de el primero en mostrar un entorno sub-urbano completamente surreal, pero de igual forma, deleitable a los ojos, del cual emana una paz y sentidos de añoranza, al grado de provocarnos una inmensa necesidad de visitar o habitar esos lugares, combinado con una magistral banda sonora, compuesta por Joe Hisaishi, quien fuese también responsable por la música, tanto de Nausicaä, como de gran parte del repertorio de Ghibli en sus pesos pesados. Es un mundo por el cual cualquier desarrollador de videojuegos mataría por crear, como mundo abierto que cualquiera de nosotros desearía explorar continuamente.
Si bien, Castle in the Sky probablemente no sea lo mejor que el estudio pueda ofrecer a su naciente catalogo (en ese entonces), de igual forma no quita méritos a lo que es capaz de lograr con una historia única, creativa e intensa, llena de acción, intriga, misterios, y personajes entrañables y carismáticos, lo suficientemente sólidos como para cargar una historia semejante, que puede inclusive llegar a mezclar estéticas dignas de un ‘steampunk’ con ciertos toques visuales que pueden remontarnos a los 1920s, todo esto en una mezcla que funciona sublimemente gracias a un diseño simple pero apreciable e incomparable, que no le debe nada a ningún otro estilo de animación japonesa, ni de época, ni contemporáneo. Castle in the Sky se mantiene, hasta la fecha, como una de las entregas Ghibli más queridas y mejor recordadas por su simpleza y, por igual, la calidad de su historia, la cual sigue siendo tanto apasionada, como emblemática y distintiva, algo que solo un talento en la animación, como lo es Miyazaki, podría lograr, y si no lo creen sólo vean la estatua basada en los robots de Laputa, situada en Tokio, Japón.
- Jose Miguel Giovine