KING KONG (1976)
“Ah, the power of it. Ah, the superpower! Hail to the power! Hail to the power of Kong! And Petrox!”
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A cuatro décadas del estreno de la épica cinta de Merian C. Cooper y Ernest B. Schoedsack, John Guillermin, con Dino De Laurentiis como productor, decidieron revivir al gigante más icónico del séptimo arte. La octava maravilla del mundo volvía en una versión actualizada y moderna (para los años 70s, claro) que prometía mantener el legado del trágico simio gigante. Luego de hallar una Isla inexplorada con el potencial de abastecer a su compañía, una empresa petrolera (Petrox), liderada por el ambicioso Fred Wilson (Charles Grodin) se embarca hasta el lugar, acompañados de un polisón, Jack Prescott (Jeff Bridges), y la recién rescatada aspirante a actriz, la hermosa Dwan (una recién descubierta Jessica Lange), será aquí donde la tripulación se topará con una tribu nativa en la ‘Skull Island’, quienes eventualmente secuestrarán a Dwan para ofrecerla como sacrificio a su terrorífica deidad: El poderoso Kong.
Por alguna extraña razón (que se agradece), King Kong no había sufrido del tratamiento “remake”, exceptuando la no-tan-exitosa ‘Son of Kong’, la cual se estrenase el mismo año que la original, contando con Cooper, de nuevo, como el director y guionista, pero limitándose a ser simplemente una secuela. El clásico de 1933 seguía infundiendo tanto inspiración como respeto entre cineastas, esto hasta que De Laurentiis decidiera producir un inevitable refrito que, como se mencionó antes, fuese una reinterpretación narrativa con diferencias de época y estéticas. Una modernización que, al final, no hizo sino deteriorar y remover parte del encanto “aventuresco” que definiera a la original- a su vez- como una reinterpretación cinematográfica-americana de ‘The Lost World’. En primer lugar, la producción de la cinta de Gullermin no posee ambición o visión, al menos no de la forma en que la original usó para forjar este sensacional y hermoso mundo prehistórico, único hasta entonces. En la producción de De Laurentiis, ‘Skull Island’ es simplemente una “isla más”, con su respectiva jungla y habitantes indígenas recreados de la forma más convencional posible, sin resaltar de ninguna forma. A decir verdad, la mayoría de los elementos dentro de la cinta parecen tener estas características.
De igual forma, es notoria la falta de fauna icónica, esto es, de la forma en que la cinta de 1933 nos presentó este entorno repleto de peligros jurásicos, aquí, ‘Skull Island’ brilla por la falta de, limitándose solamente a presentar una sola criatura en forma de una serpiente gigante, con la cual Kong tendrá el obligado enfrentamiento entre bestias, lo que es ya decepcionante, de por sí, considerando la variedad de monstruos con los que los humanos protagonistas lucharon en su momento, en la cinta original, sin mencionar el famoso duelo en ‘stop-motion’ de Kong contra el Tiranosaurio. Es evidente que tanto Guillermin como De Laurentiis hicieron todo lo posible por reparar en gastos dentro de la producción, lo cual, al final del día, afecta dentro del aspecto de “entretenimiento”, pues hasta la fecha es la versión más aburrida de Kong. Hablando de, probablemente aquí se nos muestre a la versión más intrascendente del mítico monstruo, aunque cabe resaltar el esfuerzo dado al disfraz y ‘animatronics’, diseñados por el mismísimo Rick Baker, y los cuales han envejecido (de cierta forma) decentemente. Mención honorifica para toda la secuencia de destrucción en Nueva York, durante el final de la cinta, pues para el tipo de estilo que se empleó, la secuencia es divertida y se disfruta debido a lo efectiva que resulta su producción, algo en lo que, en esos tiempos, el mismo TOHO aún no lograba perfeccionar dentro de sus incontables cintas de ‘Kaijus’.
El mayor defecto de la trama recae en su reparto; si bien, Jeff Bridges es la estrella que brilla, el resto se mantiene como un grupo de personajes planos y mediocres, narrativamente hablando, lo cual no es de extrañarse en una cinta de este tipo. Jessica Lange es un reemplazo aceptable de Fay Wray, pero su presencia no siempre resalta, y su personaje no parece tener un propósito narrativamente claro, salvo el ser la damisela en peligro, destinada a verse envuelta con Kong, después de su sacrificio nativo. Grodin es un villano bastante simplón que no se aleja de ese estereotipo explotado hasta el cansancio-inclusive para la época-del líder corporativo cegado por su propia avaricia; un enfoque mucho más burdo y mediocre, si se le compara con el Carl Denham de Robert Armstrong. Sin embargo, la película continuamente se mantiene en negación con respecto a lo que en verdad es, probablemente en un intento de presunción dentro de la producción de Laurentiis, el problema radica en que la cinta no entrega nada más de lo que promete, y lo que promete no es mucho, si se compara con una cinta que, si bien, antigua, continúa imponiendo en cuanto a su manufactura y, vaya, su valor de entretenimiento, cuando la película de Guillermin parece únicamente tomar un ritmo interesante en su tercer acto, dentro de una duración aproximada de dos horas con catorce minutos. Cosa que, definitivamente, no puede decirse de la infame secuela (también dirigida por él) una década más tarde: King Kong Lives.
No todo es causa perdida, como mencioné anteriormente, la cinta puede rescatarse por este detalle del valor de producción, en el cual tanto Kong como sus secuencias se sostienen lo mejor posible, en su mayoría, gracias al trabajo de Baker en los efectos especiales. Así mismo, Bridges es lo suficientemente carismático como sólo él sabe, y Lange es un deleite visual que, en veces, puede resultar molesta, pero que termina por congeniar adecuadamente a nivel histriónico en su interacción con el simio gigante, lo cual al final, satisface en lo que puede esperarse de su personaje. El tercer acto es lo que rescata la experiencia, pues siempre es agradable y placentero ver a un monstruo destruir una ciudad, en este caso, la secuencia en Nueva York cumple, inclusive mostrando una faceta bastante sangrienta y violenta, más de lo usual, cuando se trata del legendario King Kong, mención honorifica para la secuencia en la que los helicópteros arremeten contra el monstruo, en la cima del ‘World Trade Center’. Al final del día, la cinta de Guillermin sobrevive solamente como un producto de los extraños 70s; sin poseer el mínimo del encanto que la original derrocha, o el entretenimiento extravagante y bizarro que la versión de TOHO tuvo (King Kong Escapes- Ishirô Honda), una década antes. Es una cinta de serie B que intenta ser más sin esforzarse mucho en lograrlo, que bien puede pasar sin pena ni gloria, de no ser por la reputación que se ha forjado, a lo largo de los años, siendo que es la versión que la mayoría de los espectadores conocen, debido a su continua transmisión durante las décadas de los 80s y 90s, ensombreciendo la reputación de la original, injustificadamente.
- Jose Miguel Giovine
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