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Qué gloria la del Hollywood que se celebraba a sí mismo, dentro de sus producciones. Orgullo judío que no se sentía de más, y que sólo aumentaba la excentricidad de las producciones que ameritaban estallar. Si se aprecia a King Kong, el hijo colosal de Merian C. Cooper y Ernest B. Schoedsack, únicamente como un producto de su época, uno estaría dejando pasar la experiencia completa de una de las cintas revolucionarias más influyentes del cine americano, el Hollywood aun infante que encontraría su identidad como la empresa dominante del séptimo arte, y sin duda, la Octava Maravilla del mundo influiría bastante en ello. ¿Quién no ha escuchado hablar de semejante ser? Unos la miran como la alternativa de serie B que reinterpretara el concepto de “La Bella y la Bestia”, otros, como una de las más poderosas cintas de aventuras y monstruos. Hay quienes la vemos como ambos, y mucho más. Por sí mismo, el concepto se remonta a una re-imaginación del clásico ‘The Lost World’, primero escrito por el siempre excelente Sir. Arthur Conan Doyle, en 1912, y que popularizara al dinosaurio como objeto de fascinación científica y popular entre los lectores, que más tarde vería la luz de la gran pantalla en 1925, cinta de Harry O. Hoyt que terminara por convertirse en el genuino parteaguas del uso de stop-motion como efectos especiales obligados para darle vida a lo imposible.
Es así como, una década después, la consecuencia directa de la técnica se reflejaría en la creación del mismo concepto, ahora, añadiendo esa cereza al pastel que otorgaría una combinación algo extraña, pero curiosamente apropiada de presentar un gorila gigante, acompañado de un grupo de indígenas y dinosaurios por doquier, todo dentro de un escenario estéticamente perfecto, una isla oculta de cualquier mapa y sin ningún tipo de contacto con la civilización; un lugar perdido en el tiempo: La Isla Calavera.
De esta forma, la historia nos pone en el rol de Carl Denham (interpretado sublimemente por Robert Armstrong), un visionario y ambicioso director de cine que busca, desesperadamente, una actriz digna de su nueva producción fílmica, la cual nos llevará a conocer a la hermosa y delicada Ann Darrow (interpretada por la dulce Fay Wray), quien terminará por ser la protagonista de esta peligrosa producción. John Driscoll (Bruce Cabot) es el capitán del navío que llevará a la producción a la Isla Calavera, pero también será quien termine por enamorarse de la hermosa actriz, y no sólo eso, al llegar a la Isla, todos serán testigos del horror que se esconde tras la enorme muralla de manufactura humana; criaturas prehistóricas come hombres, así como el Dios de los nativos: el poderoso Kong.
Cuesta trabajo imaginar cómo una idea tan absurda, como el simio gigante que se enamora de la chica que originalmente debía devorar, pero no es necesariamente el valor narrativo que posee la cinta lo que la vuelve tan memorable, aunque, a decir verdad, un concepto similar era sumamente novedoso e ingenioso para la época. El hecho de que la producción de la cinta revolucionara tantas técnicas de filmación, así como de efectos especiales que terminarían por inspirar a grandes figuras de la industria, en el futuro, como Ray Harryhausen o Peter Jackson. El solo hecho de apreciar el ‘Stop-Motion’ no hace justicia, si tenemos en cuenta que la técnica no era del todo novedosa, pero fue la misma cinta de Kong la que se las ingeniara para innovar, y proporcionar nuevas formas de filmar ciertas secuencias, usando a los actores en un metraje, y el efecto especial en otro. El solo hecho de animar un minuto de metraje en ‘Stop-Motion’ podía llevar hasta ciento cincuenta horas, lo que conllevaría a que, en ocasiones, los actores tuvieran que interactuar con un proyector real, otras, en una composición distinta. A esto agreguemos, también, el uso de ‘animatronics’ y piezas practicas de tamaño real para la interacción directa con el elenco; la cabeza, manos, pies de Kong.
Hasta hoy en día, mucha de la magia de la creación de la cinta permanece como un misterio, con todo y algunos DVDs y Blu-rays recientes, pero en ese entonces, la gente se hallaba lejos de saber cómo se habían logrado semejantes cintas. Hoy en día, todos podemos estar al tanto de cómo se logran las películas, sobre todo, las que requieren de cierto uso de efectos especiales, sean digitales o prácticos, pero en ese entonces, las mismas producciones sabían cómo mantenerse en discreción; se podía entender como una forma de mantener el arte dentro de un proyecto de semejante magnitud, y con justa razón. ¿Qué no daríamos algunos por tener la oportunidad de hablar directamente con Willis O'Brien, y su equipo de efectos especiales, para saber cómo demonios surgió la idea para la técnica, a detalle?
Tampoco nos podemos olvidar de la revolución que esto provocó dentro del cine sonoro, ya que, durante el rodaje y estreno de la cinta, las películas mudas seguían en auge, y era extraño ver alguna con un sonido que no fuese el uso de una orquesta como banda sonora.
Al final del día, King Kong se corona no sólo como un clásico del cine de serie B, o de horror (si se le quiere conceder ese honor), o de aventuras, vaya, King Kong es un clásico universal que revolucionó a la industria de formas impensables; con una amalgama de técnicas innovadoras e increíblemente creativas, que abrieron paso a figuras vigentes del medio, responsables de obras maestras por sí mismos. Véase como un acontecimiento de época, o como una genuina obra maestra del cine clásico, King Kong es una cinta que no debe tomarse a la ligera al momento de presenciarla y digerirla, teniendo en cuenta todo lo que desató. Un fenómeno monstruoso que presentara dos escenarios icónicos, dentro de las profundidades de esa hermosa isla prehistórica, pintada a mano y filmada en blanco y negro, sus bellamente esculpidas criaturas, o las calles recreadas de la Nueva York de la Depresión, a punto de ser destrozada por la trágica figura de la bestia que se enamoró de la bella, quien después fuera derribada por las fuerzas aéreas de la armada desde la altura del icónico Empire State, en uno de los finales más memorables en la historia Hollywoodense. Un clásico que todo amante del séptimo arte, de pies a cabeza. Un verdadero monstruo imponente del cine que, como buena obra de su época, ha envejecido únicamente para bien, sin que ninguna de sus subsecuentes reinterpretaciones le hayan hecho justicia. Larga vida al Rey.
- Jose Miguel Giovine