


Hablando de adaptaciones, esta vez tocó el turno a una de las historias más icónicas de uno de los autores más reconocidos de la literatura de antaño, Hans Christian Andersen, con nada más y nada menos que su clásico La Sirenita, sin embargo, hablar de adaptación sería dar demasiado merito en donde no debería haberlo, necesariamente, ya que la historia de Ponyo se basa en lo mínimo a la obra del memorable cuentista. Si enserio hay que encontrar una relación entre ambas historias, es básicamente le detalle de que una criatura femenina del océano llega a tierra, conoce a un humano y se hacen amigos, y las comparaciones no pasarían de ello. Ponyo es una criatura marina, creada por un humano llamado Fujimoto, un día esta decide salir por lo que termina encontrándose con un niño, llamado Sosuke, quien se encontraba jugando en la playa, por lo que terminan haciéndose amigos a lo que Ponyo, conforme pasa más tiempo con Sosuke, va convirtiéndose poco a poco en humana, ocasionando que el mundo marino se altere y se salga de control. Pueblos enteros comienzan a inundarse, la luna está por estrellarse en la Tierra, todo está por colisionar de una forma absurdamente titánica.
Dentro del repertorio Ghibli, así como de la filmografía de Miyazaki, quien nuevamente regresa a dirigir, después de Howl’s Moving Castle, se pueden apreciar dos opciones de tonos en sus historias: las épicas de gran escala y puntos de vista fantásticos y maduros al mismo tiempo, y las que no se toma tan enserio y son, hasta cierto punto, agradables, surreales e imaginativas sin que mucho pase, pero con un grado de encanto suficientes para no volverse una experiencia incomoda. Ponyo es, definitivamente, lo segundo. Desde el momento en que el planteamiento llega, y las cosas terminan por salirse de control, podemos ver cómo la película se siente un poco más extraña que a lo que Miyazaki suele tenernos acostumbrados. En un momento las casas de todo un pueblo terminan debajo del agua y al siguiente los habitantes están en barcos, simplemente haciendo un día de campo, casuales. No hay nada de qué preocuparse, las cosas no están del todo mal. Es extraño, pero a pesar de que la cinta es sumamente surreal y bizarra en imagen, también lo es en cuanto a experiencia y sensaciones, ya que hay un grado considerable de predictibilidad completamente ausente, a lo largo de la historia. Por un lado, tenemos la típica historia de la chica que se hace amigo del chico en un tono de fantasía que amerita un ‘fish-out-of-the-water’, que trae consigo la cantidad de humor necesaria para hacernos preocupar por estos protagonistas, dándole un enfoque totalmente inocente a la trama. Pero por el otro está la trama del fin del mundo que, literal, aparece de la nada, y le da un aspecto un poco más oscuro a la historia, y ello, de cierta manera, le otorga esa extraña sensación de encanto que se siente a lo largo de toda la cinta.
Parte de este juego en tonos es lo que hace sumamente disfrutable la experiencia de la cinta. Ejemplo de ello es una escena en la que Ponyo y Sosuke se topan con una pareja en la inundación, y Ponyo ve por primera vez a un bebé humano, lo que la lleva a hacer estas preguntas incomodas, pero tiernas a la madre. De nuevo, es algo espontanea, pero se aprecia ese tono de ingenuidad que Miyazaki logra en todos sus personajes infantiles, y con uno tan peculiar y extraño como Ponyo, funciona todavía más. Parece que parte de ese encanto viene de la simplicidad con la que surge el planteamiento, que inclusive en el estilo de animación se ve reflejada esa simplicidad, a comparación de otros filmes de Miyazaki, lo cual no es quitarle merito a esta entrega, pues esa simplicidad en animación va de la mano con la que se maneja a lo largo de la historia, al grado de simular el tipo de arte que puede hallarse en un libro infantil, por decirlo de esa manera, incluso la forma en la que la cinta es contada se asemeja a lo mismo. Claro, esto hasta llegar a las complicaciones en las que Ponyo se ve metida que, como mencioné anteriormente, son demasiado grandes para el tipo de historia que se estaba intentando narrar en primer lugar; es un grado de situaciones locas sumamente alto con un filme de tan agradable sensación. Tal vez esta sea la forma en la que la película funcione, con tipo de tono que parece mantener la calma, a pesar de las situaciones que poco a poco comienzan a salirse de control a mayor escala.
Probablemente ese sea el elemento que le da este valor positivo a la trama de Ponyo; cuanto la película parece irse a todos lados sin un rumbo, pero divirtiéndose y permitiéndonos disfrutar de las peculiaridades de estos personajes de una forma simple pero adorable, lo que vuelve por igual disfrutable el conflicto. Ayuda, de igual manera, que no hay malos personajes en la cinta, o al menos, detestables. Todos ayudan a sobrellevar el ritmo de la película, y todos poseen algo que nos hace identificarnos o simplemente disfrutar verlos, por más extraña que sea la relación entre algunos. Ejemplo de esto es el personaje de Sosuke y Lisa, quien en un principio (y juzgando la forma en la que ambos interactúan) parecieran hermanos, algo que en un principio me remontó a los personajes de Lilo y Nani de Lilo & Stitch (Chris Sanders, Dean DeBlois/2002), pero después se nos revela que, de hecho, Lisa es la madre de Sosuke, inclusive su padre está de por medio. Una relación familiar bastante extraña, pues tardé algo de tiempo en adaptarme a la idea del parentesco que ambos personajes tienen. Sobra mencionar que, nuevamente, Miyazaki nos presenta un mundo en el que las personas reaccionan de la manera más común a los encuentros con criaturas fantásticas y de mitología, esto claro, hasta que llega el tercer acto, y las cosas comienzan a complicarse.
Decir que Ponyo es mala por su tono y peculiaridad no sería justo, ya que, a fin de cuentas, con Ghibli estamos más que acostumbrados a las peculiaridades y fantasías bizarras de mundos que manejan este tipo de temas de la forma más natural posible, en el mejor de los casos, es una pequeña película que crece conforme avanza, sin perder el carisma y la sensación de ternura con la que se nos es introducida. Hasta por tomarse todas las libertades imaginables con la historia de Andersen podría decirse que la película tiene su propio valor al ser tan distinta y extraña. No es el mismo nivel de extrañeza que se usa en, digamos, Pompoko, pues aquí nunca deja de ser amena y divertida. Vale la pena la experiencia, y vale la pena por su distinción a comparación del resto de entregas en el estudio Ghibli, y claro, en la colección de obras que Miyazaki nos ha entregado hasta ahora.
- Jose Miguel Giovine