


Esta cuarentena me convertí oficialmente en “la señora de las plantas” y a mucha honra.
Debo confesar que la jardinería resulto ser para mí un refugio. En esta cuarentena terminé una relación de años, dejé el que era mi hogar, mi casa y a la persona que más había amado hasta el momento, con la que quería compartirlo todo, cumplir mis sueños, mis proyectos, pero también verle crecer y realizarse; dejé mis rutinas de cada día, aquello ordinario que para mí resultaba extraordinario, la cotidianidad que te da lo que piensas que es una relación larga, estable y sólida. Deje absolutamente todo en lo que creía, lo que amaba y lo que me hacía inmensamente feliz y de pronto, me encontré en una casa que no era mi casa, con mis sueños y mis pertenencias en un par de maletas sin desempacar, ¿pueden creer cómo caben tantos años de vida en un par de maletas? Pesaba mucho, pero intenté ser gentil conmigo, me permití no desempacar, me permití llorar hasta marchitarme, me permití literalmente valer madre sin juzgarme.
Y con mucha desesperación (porque es mentira si digo que tuve paciencia) solo acepte, acepte el dolor, acepte el recordar, el extrañar, el añorar, acepte la soledad, acepte la rabia, la culpa, el rencor, acepte equivocarme, acepte mis momentos de crisis, de huida, acepte el miedo, el temor, el pánico, la ansiedad, el vacío. Pero también acepté perdonar y pedir perdón. Acepte el amor que depositaba en alguien más y lo puse en mi corazón. Acepte sesiones interminables de terapias, consejos de amigos y desconocidos, acepte mil remedios para “el mal de amores”, acepte el intentar y fracasar, acepte que no todo lo puedo controlar, acepte soltar y dejar ir, acepte irme, acepte confiar, acepte auto consideración y acepte dejarme fluir (no me quedaba de otra).
También había cosas que no me permití, no me permití que me importara lo que pensarán los demás incluyendo amigos y familia, no me permití aceptar menos de lo que merezco, no me permití no valorarme, no me permití no darme mi lugar, no me permití dejar toda mi dignidad como un tapete, no me permití no darme las oportunidades que fueran necesarias, no me permití no buscar mi felicidad, no me permití caerme y no levantarme, no me permití no intentarlo, no me permití no seguir… Y en mi afán de sobrevivir y superar lo que estaba pasando, me dispuse a crear un hogar para mí, me dispuse a refugiarme, supongo en mí porque me encontraba en una especie de limbo.
Era verano y el clima era demasiado cálido, pero helaba por dentro, éramos mis plantas y yo, marchitas, había días que un pétalo salía, un rastro de vida, pero duraba muy poco. No me rendí, cada vez que podía les regaba, les llegue hablar en mi locura, me senté a su lado, lloré, fumé, tomé, reí, recuerdo un día que literalmente le suplique al naranjo que reviviera. Había días que no tenía ganas de nada, pero ellas eran un motivo, no podían sobrevivir sin mí, y ellas eran mi único propósito. Luego llegó el otoño, el clima afuera era frío, pero adentro se comenzaba a sentir algo de calidez, y un día, sin previo aviso, solo florecieron.
No soy tan soberbia para decir que yo las salve, pero soy lo suficientemente humilde para admitir que ellas me salvaron. Poco a poco nos transformamos, poco a poco vamos floreciendo, poco a poco nos ayudamos, poco a poco entiendo las lecciones y enseñanzas que me dejan.
Las amo y les estoy muy agradecida. Ya casi es invierno y sé que pronto tendrán que marcharse, porque todo en esta vida es efímero. Pero estoy lista para decirles adiós, estoy lista para recibir las flores que vendrán en primavera, aunque siempre las recordaré, confío en los ciclos que tiene la vida. Fue un honor servirles, fue una bendición tenerlas este tiempo en mi jardín.
No puedo decir que ya lo he aprendido todo, sin embargo, me considero como una planta, somos multifacéticas, es normal marchitarse, ya que siempre es posible volver a florecer, me quedo donde me nutren y me ayudan a crecer, me muevo en busca de luz y si no me gusta donde estoy simplemente abandono esa existencia. Tenemos tanto en común. Y lo más importante, ahora sé que somos lo que damos, cada quien cosecha lo que siembra. Hoy decido sembrar amor a mi paso y compartirlo cada día.
Soy la señora de las plantas y te digo: si “el amor de tu vida” se lleva su amor, tú llévate Tu VIDA.